Comienzo esta reseña con una visión personal: Como ex-habitante del barrio de Poblenou en Barcelona, mi familia formó parte del colectivo de actividades creativas que se iban a ese barrio, no tanto por la planificación urbanística, que se encontraba en el limbo resultante de un primer plan de reestructuración urbana llamado 22@, si no porque todavía había disponibilidad de espacios baratos para trabajar. Un clásico de una ciudad post-industrial con una gran capa de actividades de este tipo. ¿Le suena Carabanchel en Madrid?
La fisonomía clásica de un barrio así suele estar compuesta por antiguos espacios con mil vidas industriales y grandes vacíos urbanos. Estos vacíos no solo eran aprovechados por sectores creativos, escuelas o universidades (privadas o públicas) que aún perduran, como la BAU, el IAAC y otras más potentes como el campus de la Pompeu, en su margen con Gran Vía. Estas conviven todavía, aunque cada vez menos, con los restos de esta actividad industrial y comercial: concesionarios y talleres de coches, pequeñas industrias o almacenes variados que ya han ido desapareciendo. También solían ser un gran aparcamiento gratuito, entre anches calles que conectan la ciudad a gran velocidad. No en vano, calles como Pere IV, fueron entradas directas a la misma y en ciertas partes de la calle aún se conservan las vías del tren que también la atravesaban. En otras partes del barrio, se empezó a proyectar vivienda social e infraestructuras, aunque todavía tímidamente en aquel entonces. Estamos hablando del año 2016. Una de ellas era el colegio modular con el que se resolvía la necesidad educativa de los nuevos habitantes del barrio, que cada vez iba creciendo más. A ese cole fue posteriormente nuestro hijo, con lo cual debíamos atravesar a diario esta situación, entre trabajo, cuidados o simple ocio.
La sorpresa llegó cuando en uno de esos desplazamientos por el barrio en bici, de camino al estudio, notamos algo especial: Habían prácticamente eliminado el tráfico en las calles centrales de aquella zona pero no había cambiado aparentemente nada. Ni una obra, ni un cartel…nada. Lo habían hecho a lo bestia y visualmente cutre, con separadores de hormigón tipo New Jersey, neumáticos y pintura. Una situación surrealista que pronto nos dejó ver cómo los chavales jugaban en medio de calles que antes habían alojado cuatro carriles, mientras los concesionarios de la zona y los vecinos que aparcaban en aquellos espacios, se enervaron día a día. Realmente no teníamos ni idea de que pasaba, sobre cuál fue el origen, pero sí pude comprobar que el barrio se había transformado radicalmente y la experiencia de ir a la escuela o de moverse, en nada se parecía ya a lo que significaba hacerlo en el resto de la ciudad.
Un vídeo del comienzo y otro del después.
Por supuesto, no fue un camino de rosas, su implantación vino acompañada de una potencia en la discusión pública espectacular, hasta el hastío, con un foco especial en quien había permitido aquel desmán que “no se podía tolerar”, la nueva alcaldesa, Ada Colau, que apenas llevaba un año en el ayuntamiento, en coalición con el Psoe. Podríamos hablar largo y tendido de este proceso urbano y como se ganó, un ejemplo que nos puede enseñar mucho pero que no pretendía hacerlo en este texto, más allí de nuestra experiencia en los comienzos.
Esto fue prácticamente el principio de todo lo que vino después y por lo que el urbanismo de Barcelona se ha hecho también famoso, continuando la tradición del característico trazado que un siglo atrás diseñó Ildefons Cerdá. Todo ese experimento radical de transformación urbana tenía un nombre detrás: Salvador Rueda.
Se trata de un ecólogo urbano que es presidente de la Fundación Ecología Urbana y Territorial, doctor y sobre todo fundador de la Agencia de Ecología Urbana de Barcelona entre los 2000 y 2020 (Ahora desaparecida e integrada en otras concejalías). Salvador, especializado en el desarrollos urbanos con criterios de sostenibilidad, ha dirigido más de 400 proyectos urbanos y territoriales en 144 ciudades del mundo. Casi nada.

¿Y por qué fue relevante su nombre en los inicios de esta transformación? Pues porque toda ella, la que da lugar al concepto de Supermanzanas o SuperIlles, en Catalán, bebe de las teorías desarrolladas por el mismo en la agencia, muchos años atrás y curiosamente, en otros momentos políticos de partidos que probablemente ahora no las defenderían.
Y es por eso que el mismo Salvador, en conversación con Gabi Martinez, compañero de la fundación y también autor de diversos libros (alguno sobre el tema que me llegará en breve), se dedica a explicarlas de manera fluida y amena, en tono de conversación. Un texto que te ayuda a comprender que las transiciones urbanas son lentas y tienen avances y retrocesos, que incluso van más allá del margen temporal de la vida de las personas.
De hecho, el libro empieza explicando que el meollo de la cuestión siempre está en el rediseño de la red de transporte y la creación de pequeñas áreas que intenten solucionar lo que ingenuamente se pretende para toda la ciudad: cambiar la movilidad y el espacio público de las ciudades. Esta idea, que data según el autor de 1987, pretende y ha demostrado, que en el centro de estos espacios interiores resultantes se pueden dar las condiciones para un cambio profundo, que mejore enormemente las condiciones medioambientales.

A su vez, una suma de muchos de esos espacios que reducen la presencia del coche casi al mínimo, va dando lugar a una ciudad donde se camina, se usa la calle y la vida vuelve. Poco a poco este proceso va superando el interior de estas áreas para comprobar después como incluso fuera de ellas el tráfico se reduce. La imposibilidad de cruzarlas, la facilidad para caminarlas y la proximidad del transporte público, dan lugar a otro fenómeno, estudiado recientemente y que se le ha bautizado como “evaporación del tráfico”
Como ya mínimamente apunto, el libro recoge toda la filosofía que hay detrás de esta transformación e incluye algunos detalles curiosos incluso de la vida política de la ciudad, a la par que una crítica directa al modelo actual de “Eixos verds” (Ejes verdes), por desvirtuar la propuesta inicial (Aunque eso no resta para nada su éxito, en mi opiníon). También sorprende una crítica a Jan Gehl por su idea de “acupuntura urbana” y creo además que con razón. Queda más que razonada la idea de que las ciudades requieren de algo más, un planteamiento ecosistémico.
Son muchos los datos y los detalles interesantes que ofrece Salvador Rueda con su experiencia. Obviamente no querría desvelar nada aquí, tan solo invitaros a que lo leáis con atención y a que os empapéis de su mirada larga y su amplia experiencia. Personalmente he aprendido mucho con este libro.
Una última cosa: Reseñar este libro no es solo recomendar su lectura. Es también una defensa del pensamiento urbano estructurado, de largo recorrido, más allá de las modas políticas y de las “ocurrencias” de cada legislatura. Las ciudades necesitan instituciones formadas por equipos de personas que piensen, planifiquen, y propongan. Que lo hagan desde el conocimiento y con visión de futuro. Que conecten con los deseos vecinales, sí, pero que los integren en un proyecto coherente y transformador. Salvador Rueda lo ha hecho. Y esta conversación con Gabi Martínez es, además de un excelente libro, una invitación a imaginar ciudades que cuidan a las personas que la habitan.
Algunos datos del libro:
Título original: 503 Supermanzanas, cómo convertir las calles en plazas
Fecha de publicación original: 2025
Autor: Gabi Martínez, Salvador Rueda
Páginas: 196
Edita: Anagrama
La nota negativa:
La calidad del papel es pésima, sobre todo de la tapa, que es básicamente imposible de conservar bien.

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